15-6-1690
―Señoría, se ha privado de libertad a unas
cuantas desgraciadas encerrándolas en este cajón y se les niega el alimento. ¿Alguna
criatura de Dios puede sobrevivir así? Pareciera que se las hubiese condenado de
antemano a la pena capital. Y, mientras, sus congéneres libres continúan
robando las cosechas en Puy-de-Dôme. ¿No cometeremos una injusticia al juzgarlas
por igual? A estas se les ha informado de las graves consecuencias del
latrocinio, sí. Pero, ¿las conocen las otras? Este abogado defensor suplica que
se aplace el juicio dos semanas y que el vicario lea el bando en todos los campos
para que se enteren las ausentes. Solicita asimismo que se proporcione comida a
las cautivas y que sean ellas quienes elijan alimentarse o no, como sus
hermanas.
La sesión queda aplazada.
30-6-1690
―Señoría, puede que las acusadas,
tanto las presentes como las ausentes, hayan seguido robando; pero, ¿qué podían
hacer si tenían hambre?
―¡Excomunión!, ¡excomunión! ―gritan los campesinos.
―Las ladronas quedan excomulgadas ―sentencia el juez finalmente.
El vicario levanta, con parsimonia
estudiada, la tapa del cajón. Centenares de mariposas salen volando.
Los labradores, arrodillados,
agradecen a Dios que la condena haya transformado a las voraces orugas en esos
insectos inofensivos.