Bienvenido amigo

Como dices: "Que no me vengan con cuentos los que viven del cuento", he decidido venirte solo con cuentitos, y con cuentagotas.



jueves, 28 de julio de 2016

Un mal día

―Quiero una dama de compañía para esta noche a las diez, en el hotel Eilat, habitación 435.
―¿Cómo la prefiere, señor, rubia o morena?
―Morena.
―¿Joven o madurita?
―Joven.

Regresaba exhausto. Lo que había comenzado como ficción cómica había devenido en pesadilla: se desestimó su propuesta por un voto, el jefe de sección no concluyó la nota para la prensa, el director reveló pocos detalles de la operación, descubrió que su secretaria dio dos versiones contradictorias, tuvo que resignarse con las migajas del contrato, el cambio de última hora benefició a Asaf y con seguridad lo ascenderían antes que a él…
Para colmo, el taxista le habló de un atentado que acababa de producirse en Haifa. Llamó enseguida a su esposa.  Al cabo de unos segundos ella respondió y se quedó más tranquilo.
Aun así, subía en el ascensor tirando del maletín como si le colgara del brazo el planeta entero. Solo deseaba olvidarse de tanto problema.

Pasó la tarjeta de la habitación con la esperanza de hallar dentro el paraíso.
―¡Papá! ―oyó que exclamaba sorprendida una muchacha semidesnuda con los ojos y la voz igualitos a los de su hija Kaila.
Cayó fulminado en el umbral. 

martes, 8 de marzo de 2016

Última vez que

                                                 
         Madrugaste esta mañana; eso sí, tras los dos minutitos de rigor que, como  siempre, acabaron convirtiéndose en quince. Ducha a la carrera y te abrasaste con el café («Otra vez, seré tonta; mañana lo dejo menos rato»). Luego ese cuarto de hora debiste recuperarlo pisando a fondo el acelerador («Nunca más; a pique he estado de salirme en la curva») y carreras de acá para allá («No vuelvo a traer tacones a la oficina, desde hoy zapato plano; llego agotada a casa»). La rutina de papeles y más papeles te suspendió en ese tiempo sin relojes («Se me está pasando la edad de tener hijos, y ahora o nunca; esta noche se lo digo a Juan, si sigue negándose lo planto»), para de nuevo, otra vez en la carretera, conducir más lentamente que a la ida y que el hastío estire tu existencia como chicle («Somos el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pues yo ya llevo tres fracasos; bien escarmentada, creo») esta tarde luminosa, azul y limpia.

         –Cariño, voy conduciendo; cuando llegue hablamos, pero es la última vez que.     Estruendo. Uno de los zapatos en el arcén, el otro en la calzada. 

lunes, 29 de febrero de 2016

Agradecimiento

                                     
15-6-1690
―Señoría, se ha privado de libertad a unas cuantas desgraciadas encerrándolas en este cajón y se les niega el alimento. ¿Alguna criatura de Dios puede sobrevivir así? Pareciera que se las hubiese condenado de antemano a la pena capital. Y, mientras, sus congéneres libres continúan robando las cosechas en Puy-de-Dôme. ¿No cometeremos una injusticia al juzgarlas por igual? A estas se les ha informado de las graves consecuencias del latrocinio, sí. Pero, ¿las conocen las otras? Este abogado defensor suplica que se aplace el juicio dos semanas y que el vicario lea el bando en todos los campos para que se enteren las ausentes. Solicita asimismo que se proporcione comida a las cautivas y que sean ellas quienes elijan alimentarse o no, como sus hermanas.

La sesión queda aplazada.

30-6-1690
Señoría, puede que las acusadas, tanto las presentes como las ausentes, hayan seguido robando; pero, ¿qué podían hacer si tenían hambre?
¡Excomunión!, ¡excomunión! gritan los campesinos.
―Las ladronas quedan excomulgadas ―sentencia el juez finalmente.

El vicario levanta, con parsimonia estudiada, la tapa del cajón. Centenares de mariposas salen volando.

Los labradores, arrodillados, agradecen a Dios que la condena haya transformado a las voraces orugas en esos insectos inofensivos. 

martes, 23 de febrero de 2016

Envidiosa

Mientras contempla la calle trasera del colegio, sentada entre geranios frente al ventanal, una interna fuma el último cigarrillo como cada noche.
Hoy, aunque llueve a mares, dos enamorados se detienen ante el quiosco y tiran el paraguas abierto a la acera. Enseguida el chaparrón les convierte las ropas en una segunda piel. Coches y relámpagos les iluminan los cuerpos abrazados y el deseo con el que, náufragos de sí mismos, se aferran uno al otro. Ahora su rítmico vaivén se acompasa con el del paraguas abandonado, que se mueve como un barco a la deriva sobre el mar de cemento.
A la colegiala tanta caricia húmeda y tormentosa acaba por abrirle la soledad adolescente en carne viva. Piensa: "Serán amantes, claro. Si me caso con el soso de Félix, un día me echaré un amante como ese, haremos el amor junto al quiosco, con un buen aguacero, y otra interna nos envidiará desde aquí arriba".
Ignora que, cuando llegue la ocasión, su alma de envidiosa incorregible abandonará al amante apasionado a la deriva. Esa otra noche de perros y empapada hasta la médula, solo pensará en subir a reclamar a la intrusa su añorado sitio entre los geranios.


         

viernes, 12 de febrero de 2016

Fin

                                         


      Cristales hechos añicos por doquier, contenedores de basura  a la deriva en un océano inmundo, cascotes de todas las formas y todos los tamaños, perros y gatos muertos, árboles arrancados de cuajo, antenas caídas, maniquíes desnudos, automóviles sin faros ni ruedas, profundos socavones en el asfalto, uralitas y tejas rotas, entreverados amasijos de hierro, alimentos podridos dentro de neveras semiabiertas, bolsas de plástico bamboleadas por el aire, libros deshojados, ordenadores aplastados, jirones de tela, cadáveres incompletos… Todo caóticamente mezclado en una amalgama continua e inmisericorde bajo la gruesa capa de polvo igualador.
     Las escasas paredes que a duras penas se mantienen en pie parecen esperar impacientes que una racha de viento helado vuelva a traerles en su soplo otro alarido lastimero del más allá. Pero por ahora el aire no se mueve.
       El silencio es opaco, espeso, y solo lo acuchilla el estridente crujido de una tabla carcomida que se balancea en lo alto de una casa, como si estuviera preparándose para suicidarse, atraída por el abismo.

     En medio de ese silencio tan denso como el hedor de la materia orgánica en descomposición, suena el aviso de un whatsapp en un smartphone al que siguen aferrados diez dedos yertos.  

Sequía pertinaz




         Lleva tiempo agrietada la tierra sedienta. Por todos los pueblos de la comarca, sacan a San Isidro Labrador en procesión, los domingos después de misa; pero el cielo sigue haciéndose de rogar.
         Don Ladislao ahondó sus pozos en las aldeas de Villalegre y Valdesonas. Coge maíz, legumbres, hortalizas, frutas... Numerosos pobres le piden préstamos: unos dinero, otros tocino, otros patatas. Como finalmente no pueden saldar las deudas contraídas, acaba por quedarse con sus parcelas. Ya se ha adueñado de todo Mugo y medio Cance. Ahora manda ahondar los nuevos pozos. Bastantes hombres trabajan para él solo por la comida. Además, le ofrecen sus cuerpos las viudas de Cequiño. También las solteras de Olivares y Jaral. Y las casadas de Esperjas y Villarrosa.
         Cada noche, a las once, los cascos del caballo alazán levantan polvo mientras resuenan sobre el suelo de una calle desierta. Bajo el cielo despejado, el peso de un fantasmagórico nubarrón plomizo humilla a una casa baja a la que el jinete, envuelto en su capa negra, entra sin llamar.
            –Hoy está lloviendo en Esperjas; a Angustias, la de Valentín –se corre enseguida la voz, para que los demás respiren aliviados aunque solo sea hasta mañana. 

La segunda



         «Hoy, cariño, me considero el hombre más afortunado del mundo. Para empezar, no tienes padres. Y menudo chollo librarse de comer con los suegros en Navidad, que no veas cómo se insultaban los viejos de mi ex en esas fechas. La verdad, cari, tenerte es lo mejor que me ha pasado en la vida. Para mí eres preciosa. Y con la cara lavadita, que aquellas asquerosas mascarillas verdes de la  bruja las odiaba. Encima me ahorro acompañarte a comprar la mierda de la ropa. Porque aquellas tardes sin fin, con la foca metida en los probadores pidiéndome tallas de anoréxica, eran lo más parecido al infierno. Además, se acabaron los días malos por la regla. Ahora nunca un gesto torcido, ni una voz más alta que otra, ni llantos histéricos sin ton ni son. Tú con la sonrisa perenne, hasta cuando dejo la tapa del servicio bajada. Y lo mejor de todo, cari: estás siempre dispuesta para el sexo. Se acabó la puñetera excusa del dolor de cabeza. Y sin escenitas de celos, como me hacía la sargentona con su gemela. Tú, cuando me acuesto con la tuya, ni pías. Hasta la inflo delante de ti y todo...»