Mientras contempla la calle trasera del colegio, sentada entre geranios frente al ventanal, una interna fuma el último cigarrillo como cada noche.
Hoy, aunque llueve a mares, dos enamorados se detienen ante el quiosco y tiran el paraguas abierto a la acera. Enseguida el chaparrón les convierte las ropas en una segunda piel. Coches y relámpagos les iluminan los cuerpos abrazados y el deseo con el que, náufragos de sí mismos, se aferran uno al otro. Ahora su rítmico vaivén se acompasa con el del paraguas abandonado, que se mueve como un barco a la deriva sobre el mar de cemento.
A la colegiala tanta caricia húmeda y tormentosa acaba por abrirle la soledad adolescente en carne viva. Piensa: "Serán amantes, claro. Si me caso con el soso de Félix, un día me echaré un amante como ese, haremos el amor junto al quiosco, con un buen aguacero, y otra interna nos envidiará desde aquí arriba".
Ignora que, cuando llegue la ocasión, su alma de envidiosa incorregible abandonará al amante apasionado a la deriva. Esa otra noche de perros y empapada hasta la médula, solo pensará en subir a reclamar a la intrusa su añorado sitio entre los geranios.
Hoy, aunque llueve a mares, dos enamorados se detienen ante el quiosco y tiran el paraguas abierto a la acera. Enseguida el chaparrón les convierte las ropas en una segunda piel. Coches y relámpagos les iluminan los cuerpos abrazados y el deseo con el que, náufragos de sí mismos, se aferran uno al otro. Ahora su rítmico vaivén se acompasa con el del paraguas abandonado, que se mueve como un barco a la deriva sobre el mar de cemento.
A la colegiala tanta caricia húmeda y tormentosa acaba por abrirle la soledad adolescente en carne viva. Piensa: "Serán amantes, claro. Si me caso con el soso de Félix, un día me echaré un amante como ese, haremos el amor junto al quiosco, con un buen aguacero, y otra interna nos envidiará desde aquí arriba".
Ignora que, cuando llegue la ocasión, su alma de envidiosa incorregible abandonará al amante apasionado a la deriva. Esa otra noche de perros y empapada hasta la médula, solo pensará en subir a reclamar a la intrusa su añorado sitio entre los geranios.
Tal parece que la colegiala es como el perro del hortelano: no come ni deja comer. Me gusta mucho este cuento sobre envidias y geranios.
ResponderEliminarCariños,
Mariángeles
Gracias por tu comentario, querida Mariángeles.
EliminarLa envidia tal vez cause más sufrimiento al envidioso que al envidiado.
Nos seguimos leyendo.
Un abrazo enorme.
Luisa