―Quiero una dama de compañía para
esta noche a las diez, en el hotel Eilat, habitación 435.
―¿Cómo la prefiere, señor, rubia
o morena?
―Morena.
―¿Joven o madurita?
―Joven.
Regresaba exhausto. Lo que había
comenzado como ficción cómica había devenido en pesadilla: se desestimó su
propuesta por un voto, el jefe de sección no concluyó la nota para la prensa,
el director reveló pocos detalles de la operación, descubrió que su secretaria dio
dos versiones contradictorias, tuvo que resignarse con
las migajas del contrato, el cambio de última hora benefició a Asaf y con
seguridad lo ascenderían antes que a él…
Para colmo, el taxista le habló
de un atentado que acababa de producirse en Haifa. Llamó enseguida a su esposa.
Al cabo de unos segundos ella respondió
y se quedó más tranquilo.
Aun así, subía en el ascensor tirando
del maletín como si le colgara del brazo el planeta entero. Solo deseaba olvidarse
de tanto problema.
Pasó la tarjeta de la habitación
con la esperanza de hallar dentro el paraíso.
―¡Papá! ―oyó que exclamaba sorprendida
una muchacha semidesnuda con los ojos y la voz igualitos a los de su hija Kaila.
Cayó fulminado en el umbral.